Por JULIO ZENÓN FLORES SALGADO
Decenas de veladoras acomodadas en una larga línea que da vuelta hasta formar un corazón en torno a la gruesa base metálica del Asta bandera, en la playa Papagayo, de Acapulco, donde las Autoridades municipales celebran sus insípidas efemérides, quedaron apagadas, como un frío monumento a la impunidad.
Desde el piso irregular, pero escrupolosamente limpio, los ojos de una joven maestra asesinada, sonríen aún desde la fotografía que extrañamente no ha perdido el color, fiusha, de la blusa sin mangas que la inmortalizó y que manos solidarias colocaron ahí, luego de repartir cientos de ellas desesperadamente en los días en que ella no llegaba a casa y se tenía la fe de que aparecería con vida, junto al rugoso papel que contiene, en blanco y negro, el rostro de otra mujer también desaparecida en estas calles que de paraíso pasaron a ser el infierno del Pacífico.
Fotos y texto: Julio Zenón Flores Salgado |
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