Café Astoria
Por Ignacio Hernández Meneses
Itzel se fue con el sol de octubre, las flores blancas tapizaron su estuche de caoba, dentro, iba bajando para quedar sembrada en la madre tierra.
Sobre su brillante ataúd iban cayendo las lágrimas que se impregnaron en los puños de tierra que le ofrendaron sus padres, hermanos, sus hijos, amigos, compañeros y gente que le conoció, que supo de sus enseñanzas.
En ese valle de la luz se rompió el silencio, el grito de justicia brotó desde la indignación, del coraje de la falta de justicia, de la rabia colectiva que da porque hoy fue Itzel, ayer fue Reyna, también en el otro octubre, el de hace tres años fue Adela Rivas. ¿Mañana quién de las mujeres? ¿quién de los jóvenes? ¿quién de los periodistas?, mientras el oxidado aparato de justicia con sus mensajes demagógicos sigue alimentando la impunidad, nos sigue repitiendo su disco rayado que se refuerza la seguridad y que se aplicará todo el peso de la ley.
De entre las coronas florales, el padre de Iztel se asoma, sus cristalinos ojos lo decían todo, recordó aquellos días cuando sus fuertes brazos cubrían a su pequeña, aquellos años de cuando le dio su medicina a cucharadas, de cuando con su bebé compartían la comida y también de cuando le llevaba sus primeros pasteles para que apagara las velitas.
El inconsolable padre se acordó con nitidez de aquellas mañanas cuando de la mano la llevaba a la escuela, la escuela que siempre le fue familiar a Iztel, porque ya de grande dio clases, donde promovió desde las aulas los valores, esos valores que están fallando en las familias de los que les vale madre la vida, de los que matan por lo que sea, de los tienen cuentas pendientes con Dios, porque de aquí ya se salvaron, porque tienen la fortuna de que en Guerrero, la Fiscalía es un cero a la izquierda.
También en la víspera del ocaso, el señor recordó que uno de los últimos días, platicó con su hija, "nos tomamos unas cervezas y sin saber, prácticamente nos estábamos despidiendo". Con voz quebrada por el dolor y la irritación, al despedirla alcanzó a decirle: "Todos saben quiénes somos y esto es una crueldad; es una estupidez; no estoy enojado, estoy más que encabronado y que lo escuche quien quiera; mi hija se despidió de mí y el lunes un estúpido me le quitó la vida no se quien sea, no quiero hablar de más; hoy mi bebé y mi niña… te imaginas como estoy; nadie sabe cómo sufrí, tenía que pedir favores aquí y allá para mis hijas, y siempre regresaba contento porque mi hija me iba a recibir".
Iztel ya no alcanzó a escuchar como lloraba su padre con su mensaje póstumo, "la familia Vega Radilla no le ha hecho mal a nadie, ni a la sociedad, hemos sido maestros, hemos sido formadores; hemos regalado tiempo de más para educar una sociedad, ¡qué poca madre es esto!, ¿dónde estamos?; ¿en qué momento estamos viviendo una situación tan estúpida?".
Sumido en su tragedia, la tragedia de muchos guerrerenses, el don con su corazón hecho pedazos, habló con Iztel, abrazó la caja, acarició el crucifijo que brillaba por el atardecer y hasta alcanzó a ver la cara de su hija desde una ventanita, "ya no quiero hablar ni de valores, si no de conciencia, a todos los perros les llegará, el señor los fulminará, la Biblia lo dice. La Biblia me enseñó que debemos respetar, antes todos teníamos miedo de hacer estupidez, yo todo se lo dejo a Dios, mi hija no hacía daño a nadie… hija Itzel, te quiero mucho". Hasta siempre Itzel.
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