Por Julio Zenón Flores Salgado
La elección de gobernador del 2021 en Guerrero, estará
marcado por un hecho inédito: la participación del actual mandatario estatal,
Héctor Astudillo Flores, como jefe político de un partido tiene que ser muy
distinta a como ha sido en años anteriores y sin embargo no puede dejar de
influir en el proceso de su propia sucesión.
Hoy la participación de Astudillo Flores está marcada por su
ascenso en el rankin de gobernadores del país, partiendo de un lugar por debajo
del número 20, que le ponía entre los de más baja calificación, de acuerdo a
las mediciones mensuales que hace la casa Mitofsky, de todos los mandatarios
estatales, poniéndolos en el mismo rasero, pese a que el piso para las
mediciones es muy disparejo por las diferencias ancestrales en el desarrollo de
las entidades y la calidad de vida de sus habitantes, que tiene un peso
determinante a la hora que le pides a un ciudadano evaluar a su gobernador, sin
más herramienta que su propia percepción personal.
Tiene que haber diferencias, desde luego, entre un habitante
de Aguascalientes, que es considerada una de las mejores entidades para vivir,
o de Guanajuato, de las que tienen un mayor desarrollo industrial en los últimos
años, o la CDMX, cuyo desarrollo urbano supera en mucho a cualquier otra
entidad de la república, cuando la comparas con el primero o segundo lugar en
la escala de pobreza, con analfabetismo, poco ingreso y grandes carencias.
Cuando pese a esas grandes diferencias, el gobernador
Astudillo aparece rankeado en el lugar número 8 de las 32 entidades del país,
es decir, dentro del top diez de los gobernantes mejor evaluados por sus
habitantes es que algo está haciendo bien y si a eso se le suma el reconocimiento
hecho hace un par de semanas por el subsecretario de la secretaria de seguridad
pública ciudadana federal, Leonel Cota Montaño, por haberse incorporado a las
primeras cinco ciudades con mejores resultados contra la inseguridad (dicho al
revés: Guerrero ocupó el 27avo lugar entre las entidades de mayor incidencia de
delictiva), el tema asombra más.
Los resultados del gobernador Astudillo, según la evidencia
hecha pública tanto por Mitofsky como por el gobierno federal, son bien
evaluados tanto por los ciudadanos, que fueron los que respondieron a la
encuesta levantada por la empresa de Roy Campos, como por el presidente Andrés
Manuel López Obrador, que, incluso, lo ha puesto como ejemplo.
Estos resultados se dan, hay que decirlo, bajo una estricta
vigilancia del uso de los recursos públicos, bajo recortes financieros nunca
antes vistos, y en un plano en el que ni siquiera cuenta con la mayoría en el
congreso local y ha tenido que vivir una circunstancia difícil para lograr
coordinarse con las delegaciones federales, que se concentraron en una sola
persona, una sola persona que además quería desde que asumió el cargo, ser
gobernador y que en un inicio creyó que para posicionarse debía hacerlo sobre
la crítica al gobierno que está por salir.
En este contexto, el gobernador Astudillo, si de por sí en
la vieja mística priista resulta ser el guía moral en la región que gobierna,
se convirtió en el principal activo de su partido. Más allá de que pueda o no
aportar dinero a la campaña del candidato tricolor a sucederlo, de si lo puede
o no placear, como se hacía en el pasado, o si puede o no hacer tratos de
publicidad con los medios, como podía haber ocurrido antes, el gobernador, con
sus resultados, ha vuelto competitivo a un partido que parecía ir en decadencia.
El razonamiento es sencillo, de acuerdo a la lógica formal: si Astudillo es del
PRI y no lo hace mal, entonces los del PRI no lo hacen mal, de acuerdo a los
silogismos utilizados.
El aporte del gobernador Astudillo Flores es, entonces,
invaluable, en el sentido de que no se puede medir en pesos y centavos o en
líneas ágata que se escriban para el candidato por órdenes del mandatario, pero
es tan real que puede ayudar a que los resultados de las encuestas que dan por
ganador a Morena, se puedan revertir, máxime si se considera que las encuestas
conocidas se han realizado por teléfono, desde las grandes urbes, ubicadas a
muchos kilómetros de distancia de Guerrero, en una entidad donde la telefonía y
el Internet, tienen una presencia poco significativa.
Así las cosas, sin que el gobernador haga una labor
abiertamente electoral, ya ha posicionado a su partido, le ha ayudado a no ver
las cosas tan cuesta arriba, ahora tiene la otra tarea: la de palomear al mejor
hombre del PRI para que encabece la alianza PRI-PRD y de facto con el PAN, de
entre los tres nombres que se mencionan y que ya están cada uno en su trinchera
trabajando para intentar revertir los números de las encuestas: Héctor Apreza
Patrón, Manuel Añorve Baños o Mario Moreno Arcos.
Astudillo los conoce bien a los tres y sabe que debe tomar
una decisión muy bien analizada, no solamente guiado por su cercanía personal,
que suele ser importante en algunos contextos, sino también por la capacidad de
operar políticamente la alianza, por la cercanía con las estructuras del
partido y porque no tenga tantos negativos que lo veten los propios liderazgos
intermedios, además de, por supuesto, tener la posibilidad de gobernar en
coordinación con el gobierno federal de Morena, que estará en palacio nacional
al menos hasta el 2024 y que garantice buenos resultados a los guerrerenses,
pues lo contrario sería tanto como sepultar al partido tricolor que hoy parece
tener serios problemas de salud.
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