Para bien o para mal, el ex gobernador de Guerrero Héctor Astudillo Flores se colocó bajo los reflectores nacionales en la segunda quincena de diciembre del año pasado al unirse a las voces que desde varios puntos, en especial desde Campeche, donde la gobernadora Layda Sansores parece empeñada en una cruzada contra el dirigente nacional del tricolor, Alejandro Moreno Cárdenas.
Astudillo claramente rompió relaciones no sólo con Moreno Cárdenas, sino con todo el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) y con la mayoría del Consejo Político Nacional, integrado por los consejos de los estados, de los cuales 27 dieron el respaldo a Alito; pero, adicionalmente, rompió lanzas en lo interno del PRI Guerrero, que apenas en las elección pasada estuvo a menos de 4 puntos de ganarle la gubernatura a Morena, y que obtuvo más presidencias municipales que cualquier otro partido, es decir 24, por 16 del PRD y 15 del partido de Andrés Manuel López Obrador, gracias a la unidad que mantuvieron las tribus de los jefes políticos: Astudillo, Añorve, René (QEPD), Mario y Figueroa.
El lance del ex gobernador Astudillo contra Alito, de entrada; no fue respaldado por el senador Manuel Añorve, ni por el ex gobernador Rubén Figueroa (quien ha guardado silencio en torno al tema), pero consiguió, en cambio, el respaldo momentáneo de Mario Moreno, mientras que la tribu renejuarista se extinguió después del desafortunado fallecimiento del ex gobernador oriundo de La Laja, en Acapulco.
Cuando un jefe político de la dimensión de Astudillo hace un movimiento de ese tamaño, golpeando directamente a su dirigente nacional, se debe pensar que no es por casualidad, ni como resultado de un exabrupto, pues lo que ocurra después tendrá una consecuencia profunda.
Por eso vale la pena analizar el caso.
El primer aspecto es su oposición a los acuerdos de la mayoría del Consejo Político Nacional del PRI, por considerar que dan la posibilidad a Moreno Cárdenas de mantenerse en el cargo hasta el 2024, lo que le permitiría palomear TODAS LAS CANDIDATURAS, no solo de senadores, sino también de diputados federales, diputados locales, alcaldes y hasta regidores, de acuerdo con una reforma estatutaria de hace dos años, lo cual afectaría al Grupo Atlacomulco, hoy liderado por Miguel Ángel Osorio Chong y Claudia Ruiz Massieu, quienes se oponen a Moreno Cárdenas.
¿Votó, entonces, Astudillo, contra los acuerdos del CPN priista, por instrucción de Osorio Chong o simplemente lo hizo por un impulso momentáneo, similar al que lo llevó a renunciar a la coordinación de la fracción parlamentaria del tricolor en el Congreso local, al ser cuestionado por el junior Rubén Figueroa Smutny? No lo sabemos, habrá que preguntárselo en la primera oportunidad.
Lo que sí sabemos es que su postura, que lo llevó a renunciar al CPN (aunque hasta ahora nadie ha seguido su ejemplo, ni Mario Moreno, ni su hijo Ricardo Astudillo, ni Alejandro Abarca, que también son consejeros nacionales), además de fracturar al PRI, parece un suicidio político, y parece difícil de entender; sobre todo porque fue él, Astudillo, uno de los que llamaron a votar a favor de Alito cuando se postuló como candidato a la dirigencia nacional, y que éste recompensó su lealtad entregando la dirigencia estatal del PRI Guerrero al astudillista Alejandro Bravo, y no a Mario Moreno, a pesar de que este último tenía muy buena relación con Moreno Cárdenas, al punto de que lo acompañó, después de la derrota (muy pareja por cierto) ante la candidata de Morena, Evelyn Salgado, a una gira por varios estados del norte del país.
En apariencia, la ira de Astudillo se exacerbó debido a que luego de su voto contra Alito circuló un documento firmado por Enrique Martiní (exalcalde de Taxco), en el cual le cuestionan el sentido de su voto y le recriminan su supuesta falta de lealtad al partido, mismo que fue negado por el veterano taxqueño, haciendo que el ex gobernador acusara de eso a un personaje que no mencionó por su nombre, pero cuyas características mencionadas dibujaban claramente a Manuel Añorve, el eterno responsable de todo, y le recriminara fuertemente con señalamientos en el sentido de que Alito, de prolongar su mandato, garantizaría la reelección de Añorve y pondría candidatos a modo para que Morena gane Guerrero.
Como resultado, la unidad que estuvo a punto de hacer ganar al PRI la gubernatura de Guerrero, con un candidato que vino desde abajo y a pesar de señalamientos que trataban de dividirlo, como la famosa embajada supuestamente ofrecida por AMLO a Astudillo, a cambio de que entregara la entidad o la supuesta falta de apoyo a Taja en Acapulco, quedó rota y, con ello, el tricolor se convierte en un pichón que irá a la guerra contra el cóndor que es Morena, en el 2024.
Claro que hay tiempo para que se serenen las cosas y los dirigentes de las principales tribus priistas se sienten a fumar la pipa de la paz; no sería la primera vez.
La división que viven no beneficia a nadie del PRI; ni Astudillo, por su parte, ni Añorve o Mario o Figueroa, por su parte, podrían ganar nada, aunque fueran palomeados por Alito.
Habría que ver si la profundización de la herida para empujar a Astudillo a pelear con Añorve no fue planeada desde fuera, por un enemigo de ambos que emuló a la diosa Eris, de la mitología griega, quien dejó sobre una mesa una manzana de oro con la leyenda “kallisti” ("para la más bella"), que debía ser entregada por un semidiós a una de las tres hermosas mujeres presentes en el lugar, y que al otorgarla a Afrodita, terminó siendo la perdición de la ciudad de Troya, la más importante de la época y antecesora de la Roma imperial.
La causa de la discordia
Por lo demás, la prolongación de Alejandro Moreno en el cargo de presidente nacional del PRI es sólo un supuesto. En la realidad, Alito termina su mandato, sin hacer ninguna modificación a la norma interna, en agosto de este año (2023), y sólo hasta entonces se sabrá si buscará prolongar su presidencia hasta el 2024 o se retira.
Claro que no es descabellado que su mandato se prolongara, pues el estatuto priista prevé que se puede hacer si el término del periodo del presidente ocurre cerca de una elección constitucional federal, lo cual es el caso, pues el proceso electoral del 2024 comienza en septiembre del 2023.
Y, para acabarla de amolar: si Alito dejara la presidencia del PRI en agosto, manteniendo como hasta ahora el apoyo de 30 consejos estatales y la mayoría del Consejo Nacional, no cabe duda que el sucesor saldría del mismo grupo, y ahí están cercanos como Rolando Zapata, Carolina Viggiano o Rubén Moreira, entre otros.
xxx
Portal editado por JULIO ZENÓN FLORES SALGADO.- Comunicólogo, maestrante en ciencia política y, diplomado en MKT digital
www.facebook.com/trasfondoinformativo, zenon71@hotmail y por canal 11 de cable USAtelecom
0 Comentarios
¿Qué te pareció esta información? ¿Qué nos falta?