La desaparición oficial del Partido de la Revolución Democrática (PRD) como partido político nacional en 2024 marca el fin de una era en la política mexicana. En más de un cuarto de siglo fuimos actor y testigo de lo mejor y lo peor de la política en nuestro país.
El Partido del Sol Azteca, que fue una pieza clave en la transición democrática del país, se desmoronó, tras años de crisis internas en un país sumido en contradicciones que alimentaron el rencor social. No supimos aprovechar la bonanza electoral ni nos preparamos para el incierto futuro.
Para comprender su desaparición, es necesario analizar tanto los factores internos como externos que influyeron en su declive.
Uno de los principales factores internos que llevó al colapso del PRD fue la profunda crisis de liderazgo que sufrió desde finales de los años 2000.
Figuras fundamentales en la historia del partido, como Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, terminaron alejándose por diferencias estratégicas y personales.
La salida de López Obrador en 2012, tras su segunda candidatura presidencial, dejó al partido fracturado y debilitado. Esta fractura se profundizó con la creación de Morena, el nuevo proyecto político de López Obrador, que atrajo a gran parte de la base electoral y militante del PRD, despojando a este último de su capacidad de competir electoralmente. Hay hechos que hablan más que las palabras, dijo el filósofo de Florencia, muchos simulan lo que no son y disimulan lo que son.
Las facciones, más interesadas en el control del aparato partidista que en la consolidación de una visión política coherente, generaron una parálisis en la toma de decisiones.
Tanta democracia mata, sería una moraleja que bien aplica López Obrador y su partido, por eso abrazan el caudillismo con fervor. El PRD nació, creció y murió a la sombra de un caudillo
Es cierto, lo más difícil es dirigir y llevar a buen puerto a una organización política donde convergen el más amplio abanico de intereses, visiones y proyectos.
La falta de cohesión y las constantes disputas internas debilitaron gravemente al PRD, haciéndolo ineficaz tanto en la oposición como en el gobierno, y aunque aportamos políticas públicas y reformas en el Congreso de la Unión con orientación de izquierda, la gente es de flaca memoria.
Las luchas internas deterioraron la imagen pública del PRD, que fue percibido como un partido fragmentado.
Otro de los problemas internos fue la falta de renovación ideológica. Si bien el PRD nació con una plataforma progresista que abanderaba los derechos sociales y la democratización del país, con el tiempo se quedó estancado en una retórica del pasado.
Mientras nuevos movimientos sociales emergían y exigían respuestas más radicales a los problemas de México, el PRD no supo adaptar su discurso ni sus propuestas. Primero permitimos el desorden, el pleito interno permanente y después como algo natural llegó el caos.
En contraste, Morena logró captar el descontento popular y se posicionó como una fuerza de cambio, arrebatando al PRD su lugar como el principal representante de la izquierda.
Las alianzas contradictorias que el PRD forjó en sus últimos años también contribuyeron a su desaparición.
Al unir fuerzas con la derecha (el PAN) y su adversario histórico (el PRI) el PRD sacrificó gran parte de su identidad ideológica.
Aunque estas coaliciones tenían el objetivo de vencer al nuevo partido-gobierno, muchos de nuestros seguidores vieron en ellas una traición a los principios del partido.
No tuvimos la habilidad del zorro para detectar las trampas ni la determinación del león para ahuyentar a los lobos, así llegaron varios al PRD con piel de oveja. Que tanto daño nos causaron.
Estas alianzas pragmáticas, en lugar de fortalecer al PRD, lo desdibujaron, provocando una mayor fuga de votantes hacia el ya poderoso Morena-gobierno, que se mantenía fiel a su discurso de acusar de todo lo malo al pasado.
Morena capturo la narrativa del cambio y la lucha contra la corrupción; ese discurso fue un golpe mortal para el PRD. El mensaje es importante, pero también importa el mensajero.
El panorama político mexicano cambió. Durante las décadas de 1990 y 2000, el PRD desempeñó un papel crucial en la democratización del país, actuando como una fuerza opositora al régimen del PRI.
Una vez lograda la alternancia en el poder con Vicente Fox y con la consolidación de un sistema multipartidista, el PRD perdió parte de su razón de ser. No adoptamos un proyecto político nuevo y claro, fuimos incapaces de articular una propuesta que marcara la diferencia de otras fuerzas. No supimos renovarnos.
En Guerrero, el PRD sigue conservando el registro, lo que le permite mantener una estructura partidaria activa y se encamina a emerger como un partido político estatal fuerte. Que rompa con la triste historia de los esfuerzos locales.
Será fundamental que el PRD encuentre formas de conectar con los sectores que se sientan desilusionados con el centralismo y la falta de resultados claros del actual gobierno estatal y federal.
El PRD tiene la posibilidad de resurgir si logra canalizar el descontento que pueda surgir ante las contradicciones del régimen de Morena, que ha sido criticado tanto por su manejo de los recursos públicos como por su centralización del poder.
El PRD debe retomar sus banderas históricas, enfocándose en temas como los derechos humanos, la justicia social, el medio ambiente, el agua y la descentralización, puntos que han quedado diluidos bajo el control actual del gobierno.
Para concretar este resurgimiento, el PRD necesitará también renovar sus liderazgos y construir alianzas estratégicas con otras fuerzas opositoras o movimientos sociales que se sientan marginados.
Esto es especialmente relevante en los estados donde el nuevo partido del gobierno, no ha logrado cumplir las expectativas.
Si bien el PRD enfrenta un entorno adverso, con una estrategia adecuada y un enfoque claro en las demandas de la izquierda más auténtica, podría consolidarse como una opción viable en el futuro político de Guerrero y México.
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